Nostalgia S.A.: cualquier tiempo pasado vende mejor

¿Eras de coleccionar tazos compulsivamente como si no hubiera un mañana? ¿Salías al recreo esperando que el helicóptero de Tulipán aterrizara en pleno patio?  ¿Recuerdas el sonido de inicio de Windows 95 o el del Tetris como uno de los Greatest Hits de tu vida? Si acabas de sentir un pequeño cosquilleo en el pecho, no es que te estés volviendo viej@ (aunque también), es que acabas de ser víctima una vez más de una de las estrategias más efectivas y melancólicamente rentables del Marketing contemporáneo: la nostalgia.

En un ecosistema publicitario saturado de estímulos, influencers y algoritmos que saben lo que quieres antes de que tú mismo lo descubras, las marcas han encontrado en el pasado un refugio emocional para conectar con las audiencias. Porque, seamos honestos: ¿quién puede resistirse a una camiseta con el logo vintage de Pepsi o a un anuncio donde aparece un walkman por arte de magia? Nadie, absolutamente nadie.

El algoritmo de los recuerdos

Las campañas nostálgicas funcionan porque activan en el cerebro las regiones relacionadas con el placer, la confianza y la seguridad emocional. No lo decimos nosotros, lo dice la ciencia. Un estudio publicado en el Journal of Consumer Research de la Universidad de Oxford, sentencia que la nostalgia no solo genera sensaciones positivas, sino que también nos hace más propensos a gastar. Y no poco: más generosos, más impulsivos y… más vulnerables.

Lo interesante es que las marcas no están solo reciclando el pasado, lo están reinterpretando. No nos devuelven exactamente lo que vivimos, sino una versión romantizada, editada y estéticamente embellecida de nuestras memorias. Es como si nuestra infancia pasara por uno de los célebres filtros de Instagram.

El eterno retorno del cassette

Desde Stranger Things hasta las zapatillas Reebok Classic, todo indica que los 80, 90 e incluso los a priori apocalípticos 2000 están de vuelta. Y no es casualidad. Las audiencias más codiciadas por los anunciantes (Millennials y Generación Z) han llegado a la edad en la que pagar por revivir el pasado es una forma de terapéutico autoregalo. Comprar una Game Boy en Wallapop o un Funko Pop de tu caricatura favorita es, básicamente, pagar una entrada VIP al país de la infancia feliz.

Marcas como Coca-Cola, McDonald’s, Nike o LEGO han capitalizado este retorno actualizado al pasado con una precisión quirúrgica. No lanzan un producto: reactivan una emoción. No venden un artículo: te devuelven al momento que eras alguien con tiempo libre, menos ansiedad y probablemente más pelo.

¿Un Marketing de viaje en el tiempo?

¿Es ético apelar a los sentimientos más puros de las personas para venderles productos o servicios? Buena pregunta, pero otra mejor sería ¿a quién le importa, si al final las personas lo agradecemos?

La nostalgia no solo vende porque remite al pasado, sino porque ofrece una tregua emocional frente a un presente lleno de incertidumbres. En una época de inflación, crisis climática y Redes Sociales 24/7, que una marca te lleve de vuelta a la época en que tus mayores preocupaciones eran no mezclar los chicles con las canicas, se percibe como un acto de cariño comercial. Una manipulación afectiva, sí, pero con tacto.

El riesgo de vivir en el “antes todo era mejor”

Ahora bien, abusar de la nostalgia también puede volverse en contra. Si todo remite al pasado, ¿cuál es el futuro de las marcas? Algunas campañas caen en lo que podríamos llamar “el síndrome del remake fallido”: intentan replicar fórmulas sin aportar nada nuevo. Y como ya sabemos, nada envejece peor que lo que intenta parecer joven.

Por eso, las campañas más efectivas no solo apelan a la memoria, sino que la reinventan. El truco está en generar algo nuevo que tenga sabor a viejo, pero sin parecer un reciclaje descarado. Como esos anuncios que nos hacen decir: “¡Esto me recuerda a mi infancia!”, pero con estética 4K, soundtrack de moda y un QR que te lleva directo a la tienda online.

Tu pasado es su mejor inversión

En el fondo, el Marketing nostálgico es una forma elegante (y rentable) de decirte: “Sabemos quién fuiste y lo que te hacía feliz. Y estamos aquí para devolvértelo, solo que esta vez con un 21% de IVA”. Y lo peor (o lo mejor) es que funciona.

Así que la próxima vez que veas un anuncio con una canción de tu adolescencia, un rediseño vintage o una reedición de algún juguete que juraste haber olvidado, respira hondo y no te sientas mal si acabas cayendo. Al fin y al cabo, en el capitalismo emocional del siglo XXI, tus recuerdos no solo valen oro: son parte del briefing.

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