“Less is more”. La frase, contundente como un mantra minimalista, tiene su origen en la arquitectura moderna. Ludwig Mies van der Rohe, uno de los grandes tótems de la Bauhaus, la convirtió en un auténtico estandarte. Tres palabras que defienden que la belleza se encuentra en la simplicidad, en la pureza de las formas, en eliminar lo superfluo para que la esencia se exprese con claridad.
Y lo que comenzó como una declaración de principios arquitectónicos pronto se expandió a otros campos creativos: el arte, la moda, el diseño industrial, las camisetas, las tazas y, cómo no, el Diseño Gráfico y la construcción de marcas.
Tiene toda la lógica. En un mundo donde todo compite por captar nuestra atención —pantallas, anuncios, notificaciones, más pantallas— la sobrecarga se ha hecho norma. Y justo por eso, la sencillez acapara más poder que nunca. Una marca que entiende el “menos es más” no está renunciando a ser memorable, sino apostando por la claridad, la coherencia y el impacto directo.
La primera prueba de fuego
El logo es la carta de presentación de cualquier marca. Cuando una empresa se enamora de su propio logotipo suele caer en la tentación de adornarlo: colores, brillos, tipografías imposibles, sombras que ni en un thriller de Hitchcock. Y, sin embargo, los logos más icónicos del mundo son los más simples: un swoosh, una manzana mordida, unas letras limpias…
El minimalismo en el logotipo no solo facilita el reconocimiento inmediato, también asegura que funcione en cualquier formato: desde un favicono de 16×16 píxeles hasta una lona en un rascacielos. Menos adornos equivale a más versatilidad.
Menos ruido, más voz
El “menos es más” también se aplica a la elección tipográfica y cromática. Una paleta de tres o cuatro colores bien definidos comunica definitivamente más que un arcoíris en ebullición. Una tipografía coherente, sin florituras innecesarias, transmite seriedad, frescura o cercanía, según el tono de la marca, pero siempre con claridad.
Al final, se trata de hablar con voz propia sin gritar. En comunicación visual, gritar induce a la confusión.

La claridad que enamora
La simplicidad bien ejecutada no se limita al logotipo o a la gráfica. Una marca coherente aplica este principio en toda la experiencia que ofrece: desde el packaging hasta la web, pasando por la forma en que responde a un cliente en Redes Sociales.
Pensemos por ejemplo en el Diseño Web. Un site limpio, con jerarquías claras y sin distracciones innecesarias, genera confianza y facilita la navegación. Un packaging sobrio consigue, en líneas generales, transmitir más sofisticación que uno recargado de estampados. Una comunicación directa, sin rodeos, se agradece en un contexto donde la atención es un bien escaso.
Elementos con propósito
Lo esencial del “menos es más” es que cada elemento que permanece debe tener un propósito claro. Nada es accesorio. Y cuando nada sobra, lo que queda cobra más fuerza. Esa economía de recursos genera memorabilidad: el cerebro humano agradece la simplicidad porque la procesa mejor y más rápido.
No es casualidad que muchas grandes marcas hayan simplificado sus logos con el tiempo. Lo hemos visto en sectores tan distintos como la automoción, la moda o la tecnología. Trazos más limpios, tipografías más neutras, menos ornamentos. La apuesta es clara: si quieres ser recordado, no confundas.

La ironía de la abundancia
Paradójicamente, la simplicidad suele ser el resultado de un proceso complejo. Quitar lo que sobra requiere más trabajo que añadirlo. Afinar un logotipo hasta reducirlo a lo esencial implica muchas decisiones, debates internos y, por qué no decirlo, algún que otro dolor de cabeza.
Pero la recompensa está ahí: un sistema de marca sólido, flexible, reconocible y con una voz clara. En definitiva, más potencia comunicativa con menos recursos visuales.
“Menos es más” no es solo un eslogan estético: es una filosofía estratégica que ayuda a las marcas a ser más coherentes, memorables y cercanas. En un mercado saturado de estímulos, la simplicidad se convierte en un acto de valentía corporativa.
Porque, al final, quien lo dice todo a gritos pasa desapercibido. Pero quien elige bien sus palabras, sus formas o sus colores consigue que los demás le escuchen.
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